Tres poemas en prosa de Rivera
Los libros del escritor colombiano Carlos Flaminio Rivera (Líbano, centro de Colombia,1960), dan cuenta de un trabajo silencioso, de un sumergimiento en la escritura. Rivera propone un lector exigente, que se hunda en sus aguas. Todas sus historias vienen cargadas de imágenes que oscilan entre la prosa y la poesía y tienen el lirismo justo; por eso hay que estar atento a la profundidad de su corto fraseo. Sus historias manifiestan una honda inquietud por ese residuo de utopías que van dejando el hombre y sus razones.
EN EL SILENCIO QUE ABRAZAN LOS CANDADOS
Por el agujero que fisgonea en la ventana
se ve su ojo mirando la calle.
Tantos años de vigilia han redondeado los bordes del boquete
que su dedo horadó en la tabla
y ahora alcanza a ver la esquina por donde se le llevaron al muchacho y
voltearon con él.
Entonces ella no estaba tullida ni se veía tan anciana la casa.
A veces saca su dedo por el hueco y les apunta
PARANUBES
Parecía un negocio de familia: niños y padres surgían de repente con gritos de oferta en las esquinas. Llamaban la atención con su alboroto. Al salir descubrimos que los jóvenes más robustos amontonaban el horizonte; le cercenaban al cielo bloques transparentes que luego eran empujados por un tobogan de hielo para que las mujeres, más abajo, amarraran los fardos.
El escandoloso grupo que merodeaba las esquinas vendía esta especie de jaulas.
El día que empezó a faltar el aire, pusimos el grito en el cielo (en el pedazo que aún
quedaba) nadie contestó.
Los vendedores aprovecharon ese silencio para juzgarnos. Enfardadoras y cortadores, sentenciaron que la inesperada bonanza de envidia provocada por su negocio, era lo que tenía agitado al mundo.
Sólo dejaron para el uso de todos, el cielo de las iglesias.
SUDOR DE SUEÑOS
Un hombre cierra los ojos cegado por la sal de su sudor. La sal se le hunde...se le hunde. Y el aprieta los ojos: se pone a volar.
La sal le arde y la luz negra que ha cerrado al hombre enciela su vuelo. Imagina:
...que un día suceden tantos eclipses totales de sol que para las tres de la tarde las aves han empollado en múltiples ocasiones; Las plantas apuraron incontables cosechas y, para los carnívoros, cada parpadeo de ese día, tiene la amplitud de muchas digestiones.
Los habitantes de esta ensoñación también se avivan a nuevos hábitos.
Como revelación, concluye que se necesitarían innumerables días de
este mundo imaginado para hacer uno de los suyos.
Se le ocurre una idea: ¿Qué pasa si cae de su inmenso día, a las breves existencias que pueblan este vertiginoso desvarío?
-Quizá -se dice el hombre abriendo los ojos-, me adoren.
En ese momento se precipita sobre él una terrible lasitud y su alrededor parece tener una desesperada pausa. Siente náuseas.
Recuperado de la biliosa consecuencia, mira la fosa donde ha es
tado echando tierra.
...tal vez todo lo causó la podredumbre del cadáver.
HEDOR
"Uno piensa que va a la tierra cuando muere. En realidad se encamina al cielo. No por avenencias divinas, sino por obra y gracia de moscas, coleópteros y ácaros".
El cura Montoya
-Yo quisiera que alguien viniera de allá y me dijera que sí, que eso existe. Y la muerte, sin perder tiempo, vino de allá y se la llevó.
Un pariente de la difunta se resistió a creer que de manera tan simple ella se hubiera muerto; que por un anhelo de esta naturaleza se la llevarán. Preguntó:
-¿Cómo sé que en verdad está muerta?.
-!Porque se pudre! -se oyó.
La que se escuchó fue una voz como patrocinada por cada átomo que conformaba aquella estancia; semejante a la que se escucha bajo la fiebre de una ofrenda. Y al descreído le dio por mirar a la difunta:
En su destilado cadavérico ya se embriagaban las Curtonevras, Lucilias y Califoras. Cantaban ebrios sus colores. Entonces, en memoria de la finada, se le ocurrió hacer un cultivo de larvas en aquel jugo para alimentar a los pájaros que la muerta dejó como herencia.
Con el tiempo, los pájaros adquirieron su voz y se convirtieron en la adoración de la familia. Pero las larvas aumentaron y los pájaros, ahítos de ellas, empezaron a trastocar el orden que durante tantos años la misma finada había impuesto en la casa. Por la mañana hablaban, pero no decían buenos días, sino que llamaban a dormir. Al medio día se volvían a oír, no para convocar a la mesa sino para dar los buenos días.
El cariño con que se recordaba a la muerta fue tomando distancia a medida que las aves iban provocando un tornado de equivocaciones. En la casa familiar, el viento de los desajustes recorrió corazones, corredores y aposentos; levantó discusiones y desperdigó afectos que en vida, la muerta había mantenido firmes.
Pero la tradición de alimentar a los pájaros se ha podido mantener. La familia aprendió que para un kilo de carne descompuesta del pariente muerto, sin importar si es hombre, mujer o niño, son necesarias tres moscas de postura promedio. Si son menos, la tradición tiende a perderse. Y moscas, cucarrones y bichos, empiezan a rondar los espacios vacíos de la casa, devorando lo que allí se encuentra. Entonces la casa se llena de un hedor insoportable. Un olor a Tiempo.
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