La mascota de Kafka

domingo, 5 de abril de 2009

 

La mascota de Kafka

por Carlos Flaminio Rivera
05 / 2008

CARLOS FLAMINIO RIVERA, (1960) nació en Líbano. Tolima, Colombia. Realizó estudios de veterinaria y filosofía en la Universidad Nacional. Libros: "Sin puntos sobre las íes" (prosa poética, 1996) "Cruentos y adioses" (cuentos breves 1999)." La mirada sumergida y otros textos "(2001), "Sudor de sueños y otros textos" (cuentos, 2004), "Las horas muertas", (Novela breve, 2005). Los libros de Carlos Flaminio Rivera, dan cuenta de un trabajo silencioso, de un sumergimiento en la escritura. Rivera propone un lector exigente, que se hunda en sus aguas. Todas sus historias vienen cargadas de imágenes que oscilan entre la prosa y la poesía y tienen el lirismo justo; por eso hay que estar atento a la profundidad de su corto fraseo. Sus historias manifiestan una honda inquietud por ese residuo de utopías que van dejando el hombre y sus razones



PREPARADO PARA TODO



Cuando comprobaron que la colisión con el asteroide era inevitable y que la destrucción era absoluta para el planeta, todos empezaron a rezar.

_ ¿Y tú que vas a hacer? – le preguntaron al ateo.

_ Esperar el milagro.



LA MASCOTA DE KAFKA


_ Kafka ha muerto, - dijo Max a Elsa -. Y mientras unía acongojado los tajos de su voz, con la mano atenazaba en el interior del bolsillo la carta que Franz le había dejado, la constreñía como si sujetara del cuello a una serpiente. Su mujer estaba recogiendo del suelo una bandeja.

Elsa se apoyó en la fuente de peltre donde llevaba el pan recién salido del horno y el té humeante. Al ser sorprendida saliendo del apartamento, sus nudillos palidecieron sobre el paisaje esmaltado en la bandeja colmando la bebida de nerviosas ondas concéntricas. (Ella siempre percibió en Kafka la aguda tristeza de un alarido, le parecía también que el angustioso semblante del escritor conmovía hasta el oxigeno que procuraba su boca. Esta impresión le vino el día que una bocanada de aire se negó a invadir sus escasos pulmones provocándole un silbido y un vómito de sangre delante de todos: eso sucedió en el cumpleaños de Liuda). Pero la muerte de Kafka no fue la que hizo a la vajilla depositaria de su nerviosismo, fue el inesperado regreso de su esposo...

..."El vecino está enfermo". No supo si se lo dijo, o si imaginó decírselo; fue una exculpación refleja. Max seguía con las manos en los bolsillos del saco y la miraba como si ella no estuviera allí. Siempre sucedía eso cuando hablaban del escritor.

Ahora Kafka estaba muerto y, superado el susto, Elsa sintió pena por ambos.

Max supo de la carta por Dora, fue lo único que ella le entregó de lo escrito por Kafka en los últimos días. Aunque conservaba la postal donde su amigo le pedía que destruyera los manuscritos que de él poseía, la lectura de esta última carta le estaba haciendo cambiar de intenciones.

Intrigaba desde el bolsillo:

Hoy, por unos instantes fui feliz. Y lo fui porque en ese momento, escaso para tu nombre, no supe de mí.

...Sabes cuánto tolero mi cuerpo que cada día me es más extraño. Sabes también que cuando puedo juego con él ¿Cuántas veces no lo he dejado muerto sobre la barca que arrastra la corriente del Moldava? El juego que tú conoces. No así a mis ojos que a duras penas los sobrellevo. Sin embargo, en ese mismo juego, los abro bajo los puentes (un ahogado que abre los ojos bajo los puentes), para ver cómo la vida se burla una vez más de mí porque cuando sólo espero ver el puente desde abajo, me encuentro con el cielo que no deseo. Como el padre que nos aterra a toda hora en la niñez: él hace que las pesadillas de las fiebres no sean nada comparables a las que provocan su presencia, su mandato, sus pasos... a ese golpe de suela en los corredores que a pesar de dirigirse a la calle parecen quedarse en casa para acosarte.

Esta mañana también descubrí algo: El miedo. Al salir del edificio donde tiene la oficina W -oficina a la que no pude entrar porque me arrepentí-, me encontré con una señora que preguntó por un hombre al que yo jamás escuché siquiera nombrar.

-Pero, ¿lo conoce usted?

-! No: es la cuarta vez que me lo pregunta ¡-. Le grité.

-Es la tercera-. Rectificó la señora.

-Entonces usted no está confundida.

-Claro que no, señor: Es la tercera vez que se lo pregunto.

-Pero yo no conozco a ese hombre, señora. Ya le fui claro-. Le dije recalcándole esta última palabra.

-¡Señorita!. Y ya sé: usted no lo conoce.

-¿Entonces?

-¿Conoce usted a...?

-¡Cuarta vez¡

-Ahora sí. -dijo la señorita simulando una paciencia tan vieja como ella-; es la cuarta.

Y sacó una libreta donde tachó algo.

-¿Queeé? -me burlé fingiendo un extremado horror -: ¿He muerto?

-¡Peor! -dijo. Y se fue.

Quise, querido amigo, que en sus hombros se sacudiera lo que podía ser una sonrisa mientras se alejaba, pero esa espalda iba tan rígida como una sentencia. Como ves, sólo encuentro horror al final de mis bromas. Dejo esta página señalada y cuando retorne a mí, quiero empezar por este incidente. Si es que aún conservo alientos para encontrarme y, además, no me arrepienta de lo que decida. Querido amigo: ¡Qué estupidez pensar que hemos sido expulsados de algún lugar! Cuando ni siquiera nos soportamos.

Sonrío, (siento ese suave vértigo de la corriente cuando voy por el río convertido en un cadáver. Imagino al Moldava cubriéndome discretamente con sus puentes mientras me sobrevuelan las entrañas esas moscas que ayer te conté, me siguieron un rato). En medio de esta sonrisa, te pido querido Max (¡Y esto si es importante!) que publiques lo tuyo y destruyas lo mío. Eres como ese animal que imaginamos durante el viaje a Italia ¿Te acuerdas?: sus patas, al caminar, escriben en el suelo con horas de antelación lo que sucederá. Pero sus ojos, sobre el dorso, sólo miran hacia arriba por la defectuosa inspiración de alguien. ¿Para qué sirve lo visto? ¡Jamás descubrirá el futuro que él mismo signa! ¡Esos ojos son los de un retrasado! Su presente es la inútil sensación de otras dos realidades. ¿Qué tal, si como ese animal, nosotros, de alguna manera, estamos pisoteando la posibilidad de alterar nuestro destino por mirar ese cielo que nos aventaron encima hace siglos? Por no observar otros lados; por no mantenernos advertidos nos han salido las pústulas de los vaticinios, afiebrándonos con incertidumbres y miedos ¿De qué lado está la fe? ¿Será necesaria la presencia de un otro que nos asuste?

¡Pero volvamos a ti, Max! Cuando te decidas a dar el bote como algún día lo hará La Tortura -así llamamos a ese animal cuando quisimos ser amables con él ¿recuerdas?: se parecía a la Tortuga-, te darás cuenta que todo lo provoca una mala disposición; cosa que no perdona un buen artefacto. Y el hombre, tan mal planeado, imperfecto, inútil, poco eficiente y práctico para la mayoría de las circunstancias que le ocurren durante su vida, debe ocultar todos sus errores con el gregarismo, -y eso es una multitud de desaciertos- para evitar que por su pésima maquinaria lo arrojen al destierro las otras especies. ¡Sería lo mejor! ¡Y es que ya nada se resuelve con un ajuste, Max! No es problema de ajuste el mío, sino de fabricación. En cambio el tuyo...

Por eso debes publicar esos textos que te parecen secundarios, que supones permanecen en un estado de necesidad que espantan al lector. No escribas para todos: esa otra brutal bestia. Se debe escribir pensando en lectores de otro mundo. ¿Te acuerdas de aquel incidente del tren en Viena? Siempre quedándome, no alcanzando la velocidad necesaria... ¡¡Ese asunto que nadie lo sepa!! ¡¡Y con la misma vehemencia te pido que publiques eso!! Lo que tengas que hacer pero publica eso. La memoria, esa terrible sensación de humanidad, debe latigarse de escritura para que no se quede igual a un fósil que se niega a revelar sus enigmas. Algo luminoso no puede ser como ese animal que sólo mira a donde no existe nada. Debe dirigir su luz al sitio indicado.

...Franz Kafka se aleja (me nombro como queriendo atrapar a ese que se agacha para que la vida le pase por encima; a ese que mira en sus recuerdos la escuela de natación, el río. Y en el río un cadáver: el muerto más apesadumbrado de los Kafka.

Había encontrado a Elsa en la puerta, salía con una bandeja para un vecino enfermo, según le dijo. Una jarra humeante permanecía en el piso al lado de unos pedazos de pan untados de mantequilla, pan tibio que él solo había probado cuando la cortejaba. Elsa tuvo que dejarla en el piso para asegurar la puerta. Estaba nerviosa y Max se vio obligado a soltar la carta para ayudarla con la bandeja; la trajo de vuelta al apartamento. Allí sirvió un poco de lo que resultó ser té con limón. Después de un sorbo pudo decirle:

-Franz insiste en que destruya sus escritos. -Su mano surgió del bolsillo con la carta para que Elsa la leyera-. Es su último deseo.

Elsa se quedó mirándolo. Recordó las noches de ellos: demasiadas. Y el pesar que la pudo embargar por la funesta noticia, se esfumó con ese recuerdo; esa amistad siempre le produjo deseos de tirarse al patio.

-¡Pero tú casi no tienes nada de él. Unas cuantas hojas no dan para exigir eso como último deseo!, -le contestó prolongando una intención perniciosa al ver que Max le avivaba la carta para que la recibiera.

-También me insta a publicar lo que escribí cuando viajamos juntos, - le dijo Max justificando su insistencia-. Fue algo que lo hizo feliz; unos textos diferentes a "RICARDO Y SAMUEL". ! Como si por fin él y yo fuéramos uno¡

-Eso ya es otra cosa, - dijo Elsa-. Y si él te lo pide, debes publicarlo. -Le vinieron otra vez las ganas de arrojarse por la ventana. Siempre ellos dos. Le dio una rebanada de pan, y, como no lo comió sino que lo sostuvo en su mano dejando ver de nuevo ese gesto que parecía deshacerlo siempre que pensaba en su amigo, casi le gritó: “! Pues di que son de él ¡" - Luego se dijo:

"Esto parece hecho para que nadie lo coma hoy". -Y le arrebató el pan.

-No sé... - Max ya se veía comprometido con algo que jamás quiso aceptar. Y las rabiosas palabras de Elsa también le babeaban la posibilidad de considerar seriamente la publicación de esos textos con el nombre de Kafka.

-!! Sí: di que son de él¡¡ - lo puyó ella al verlo desgajado. -Y para serte sincera, no es que estén tan mal todas esas ocurrencias que escribías mientras permanecías con él. Nadie notará la diferencia. ¡Y guarda esa carta; ya para qué leerla!

Sobre la ciudad la leve fantasía de un sol recorría el cielo como un espectro, un fantasma que se iba. Elsa lo observó por la ventana a través de las volutas de la humeante jarra de té que no alcanzó a llevar: Su joven amigo tenía que esperar esta vez... su tos pareció escucharse en el corredor.

-...Sí, di que Kafka los escribió: esa no es una mentira tan grave.

Era lo que en el fondo Max quería escuchar. Los años con su mujer de algún modo lo había sumergido en una conciencia común con ella. A pesar de eso, la desfachatez de la última frase, le produjo una tormenta que lo confundió por unos instantes. ¿Le estaba ocultando algo? Pero como decía Franz: "¡A rodar!". Ir contra el día en que uno se recuesta a sí mismo y no puede dar sino un paso más; el verdadero... el último.

-No será fácil; habrá que hacer un libro de apuntes y algo autobiográfico. -Dijo Max queriendo meter letra a lo inevitable. Una mirada de Elsa bastó para que se dejara de estupideces.

Y Max Brod, como si al fin fuera libre, sintió qué, empujado por su amigo, se deslizaba a ser considerado también parte del bicho que todos habrían de conocer. ...porque, sabes Max, engañar al mundo es lo más grato".


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